Los pobres en la estación de autobuses de Lêdo Ivo

Los pobres en la estación de autobuses

Lêdo Ivo

(Versión de José P. Serrato)

Los pobres viajan. En la estación de autobuses
ellos alzan los cuellos como gansos para buscar
los letreros del autobús. Y sus miradas
son de quien teme perder alguna cosa:
la maleta que guarda un radio de pilas y un abrigo
que tiene el color del frío en un día sin sueños,
el sándwich de mortadela en el fondo de la mochila,
y el sol de suburbio y polvo más allá de los viaductos.
Entre el rumor de los altoparlantes y el jadeo de los autobuses
temen perder su propio viaje
escondido en la niebla de los horarios.
Los que dormitan en las bancas despiertan asustados,
aunque las pesadillas sean un privilegio
de los que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón que tapa
las narices de los muertos.
En las filas los pobres asumen un aire severo
que une temor, impaciencia y sumisión.
¡Cómo son grotescos los pobres! ¡Y cómo sus olores
nos incomodan incluso desde lejos!
Y no tienen noción de la decencia, no saben comportarse en público.
El dedo sucio de nicotina restriega el ojo irritado
que del sueño retuvo sólo la legaña.
Del seno caído y túrgido un chorrito de leche
escurre hacia la pequeña boca habituada al llanto.
En la plataforma ellos van o vienen, saltan y aseguran maletas y paquetes,
hacen preguntas impertinentes en los mostradores, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con el aire de espanto
de quien no sabe el camino del salón de la vida.
¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas estrafalarias,
esos amarillos de aceite de palma que lastiman la delicada vista
del viajante obligado a soportar tantos olores incómodos,
y esos rojos contundentes de feria y quermés?
Los pobres no saben viajar ni se saben vestir.
Tampoco saben habitar: no tienen noción de la comodidad
aunque algunos de ellos posean hasta televisión.
En verdad los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y poco elegante)
Y en cualquier lugar del mundo ellos incomodan,
viajantes inoportunos que ocupan nuestros lugares
incluso cuando estamos sentados y ellos viajan de pie.


Os Pobres na Estação Rodoviária 
Lêdo Ivo


Os pobres viajam, Na estação rodoviária
eles alteiam os pescoços como gansos para olhar
os letreiros dos ônibus. E seus olhares
são de quem teme perder alguma coisa:
a mala que guarda um rádio de pilha e um casaco
que tem a cor do frio num dia sem sonhos,
o sanduíche de mortadela no fundo da sacola,
e o sol de subúrbio e poeira além dos viadutos.
Entre o rumor dos alto-falantes e o arquejo dos ônibus
eles temem perder a própria viagem
escondida no névoa dos horários.
Os que dormitam nos bancos acordam assustados,
embora os pesadelos sejam um privilégio
dos que abastecem os ouvidos e o tédio dos psicanalistas
em consultórios assépticos como o algodão que
tapa o nariz dos mortos.
Nas filas os pobres assumem um ar grave
que une temor, impaciência e submissão.
Como os pobres são grotescos! E como os seus odores
nos incomodam mesmo à distância!
E não têm a noção das conveniências, não sabem
portar-se em público.
O dedo sujo de nicotina esfrega o olho irritado
que do sonho reteve apenas a remela.
Do seio caído e túrgido um filete de leite
escorre para a pequena boca habituada ao choro.
Na plataforma eles vão o vêm, saltam e seguram
malas e embrulhos,
fazem perguntas descabidos nos, sussurram
palavras misteriosas
e contemplam os capas das revistas com o ar espantado
de quem não sabe o caminho do salão da vida.
Por que esse ir e vir? E essas roupas espalhafatosas,
esses amarelos de azeite de dendê que doem
na vista delicada
do viajante obrigado a suportar tantos cheiros incômodos,
e esses vermelhos contundentes de feira e mafuá?
Os pobres não sabem viajar nem sabem vestir-se.
Tampouco sabem morar: não têm noção do conforto
embora alguns deles possuam até televisão.
Na verdade os pobres não sabem nem morrer.
(Têm quase sempre uma morte feia e deselegante.)
E em qualquer lugar do mundo eles incomodam,
viajantes importunos que ocupam os nossos
lugares mesmo quando estamos sentados e eles viajam de pé.

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