Encuentros y migajas.

Encuentro queretano de estudiantes de literatura y lingüística 3 al 7 de octubre, 2011.

(fragmento)


Conocer gente que trabaja con la misma vocación. Conocer gente que no conoce de la vocación. Conocer gente que hace mejor y no tiene vocación. En el encuentro de estudiantes de literatura conocí personas que tienen muy claras sus intenciones con las palabras, saben que las han hecho suyas, que no son como un medio simplemente, sino que han sabido quererlas como a su tegumento. Conocer gente e ideas, conocer maneras en las cuales se escribe, en las cuales se funda la práctica. Conocer las influencias de los escritores jóvenes, las tendencias y focos de atención de los estudiantes de linguistica y literatura.


La diversidad impone sus manos.


Llegué un tanto retrasado al encuentro. Llegué muy tarde, cargando un maletín con la computadora, y una mochila repleta de ropa comprimida. Eran las tres de la tarde y yo con gabardina, el sol como martillante diablo. Aún no había comido nada y se me antojaban las fondas con sus letreros anunciando gorditas de migajas o de queso. Las migajas son algo parecido al chicharrón prensado del D.F., nunca había ido a Querétaro, pasé de largo. Me sorprendió que no hubiera tato policía como en la Ciudad de México o en Monterrey. Las calles a toda hora son muy tranquilas, eso sí -nos previno a los fuereños una chica queretana- ésto sólo ocurre en el centro de la ciudad, en las afueras e incluso en las zonas limítrofes, existe violencia y violencia intensa.


En la noche hubo una tertulia literaria en un bar, el Bar La Norteña. Me sorprendí porque podíamos fumar dentro. (en la Ciudad ya no es posible esta práctica). Hubo alrededor de 20 lectores, entre narradores y poetas. Gente de muchos lugares de la república, compañeros de Chihuahua, de Nuevo León, de Guadalajara, Michoacán, del D.F., del Estado de México, Zacatecas...


Las jornadas fueron bastante largas. Las ponencias comenzaban a las diez de la mañana y acababa el programa hasta las diez de la noche. Las “tertulias literarias” donde se presentaban los trabajos de creación duraban dos horas, eran cansadas por el número pero también por el estímulo en altibajos de los lectores. Además el ambiente animoso que proveía la cerveza alejaba al público del escritor.


Comencé un juego. Trataba de imaginar la lectura por el rostro del lector. De pronto me acordé de un profesor de música que tuve en la preparatoria que nos decía: “Sospecho con el pecho y calculo con el.... pie derecho” y me reía de poemas desgarradores.


Varios de los que ahí leyeron, al finalizar el encuentro me comentaron que se sentían un poco decepcionados con la organización de las lecturas, y con el trato que se nos dio a los escritores jóvenes, ya que a los ponentes se les asignaron dos salones en la universidad (UAQ) mientras que a nosotros se nos mandó a un Bar, como considerando nuestra actividad como un divertimento, un entretenimiento de los estudiantes de letras, una especie de hobbie, mientras varios de los que leyeron sus obras en el encuentro, consideramos que es una labor igual de exigente como preparar una ponencia, o una presentación de una revista. Yo no me opongo a que la literatura se combine con cerveza, es más, doy mi voto por magnificar el placer de libar sumado al placer de leer, pero en los hechos, esto parece imposible, a lo que sí me opongo, es a la ideología que se tiene entre los estudiantes de letras, y también a varios de los profesores de las carreras, y es que el ejercicio de creación está apagado o es nulo, y de esa manera se considera a quien escribe casi en su mayoría como una intentona que está destinada al fracaso. De esa manera se juzga a todo aquél que incursione en la creación. Sin embargo, creo que hubo muchos contraejemplos para atacar esa posición, por ejemplo los poetas chihuahuenses que me parecieron muy cuidadosos con su escritura, varios de los queretanos o de la ciudad de México. También hubo decepciones muy grandes, como las lecturas de aquellos que leyeron textos horrendos y además los descomponían más con su lectura atropellada y sacudida por el alcohol.

Mi invitación es a que se considere seriamente la labor de quien decide ser escritor, y a que se borre el prejuicio de que la juventud no da un resultado adecuado combinado con la escritura. Hay muchos ejemplos para reafirmar mi dicho, basta sólo, sentarse a leer con cuidado la producción de los jóvenes (algunos muy jóvenes) que ya se han aventado en la peña de la praxis creativa, sabiendo que pueden remontar los aires o caer en una tropelía irremediable.




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